Las letras universales conmemoran estos días, con las diferencias del calendario católico y anglicano, el 400º aniversario de las muertes de Cervantes y de Shakespeare.
Nos dejaron sin dejarnos ya que uno y otro nos legaron al Quijote, el uno, a Hamlet, los McBeth, Otelo y Yago, Ricardo III, El mercader de Venecia, Falstaff, el otro.
El español y el inglés murieron con un día de diferencia y en el mismo año sin saber el uno del otro.
Uno y otro lograron ser comprendidos y amados por los seres humanos de las culturas más complejas y distantes. Uno y otro nos dicen más de los condicionamientos sociales y psíquicos de la criatura humana que los más acabados tratados filosóficos, sociológicos, psicológicos...
Con ellos vivimos al hombre y a la mujer como sincretismo y alternancia y aprendemos más política que en los tratados de política porque éstos no nos dan el movimiento y la vida es movimiento perpetuo.
Si con Cervantes nace la novela contemporánea, el realismo crítico que no excluye la dimensión onírica, con Shakespeare surge el teatro como esencialización de las pasiones humanas sobre la ilusión del movimiento porque en sus obras la acción es incesante.